10/22/20

Sugerencias para leer en esta temporada.

 

Francisca y la muerte

 

—Santos y buenos días —dijo la muerte, y ninguno de los presentes la pudo reconocer.

 

¡Claro!, venía la parca con su trenza retorcida bajo el sombrero y su mano amarilla en el bolsillo.

 

—Si no molesto —dijo—, quisiera saber dónde vive la señora Francisca.

 

—Pues mire —le respondieron, y asomándose a la puerta, un hombre señaló con su dedo rudo de labrador:

 

Allá por los matorrales que bate el viento, ¿ve? Hay un camino que sube la colina. Arriba hallará la casa.

 

“Cumplida está” pensó la muerte, y dando las gracias echó a andar por el camino aquella mañana que, precisamente, había pocas nubes en el cielo y todo el azul resplandecía de luz.

 

Andando pues, miró la muerte la hora y vio que eran las siete de la mañana. Para la una y cuarto, pasado el meridiano, estaba en su lista cumplida ya la señora Francisca.

 

“Menos mal, poco trabajo; un solo caso”, se dijo satisfecha de no fatigarse la muerte y siguió su paso, metiéndose ahora por el camino apretado de romerillo y rocío.

 

Efectivamente, era el mes de mayo y con los aguaceros caídos no hubo semilla silvestre ni brote que se quedara bajo tierra sin salir al sol. Los retoños de la ceibas eran pura caoba transparente. El tronco del guayabo soltaba, a espacios, la corteza, dejando ver la carne limpia de la madera. Los cañaverales no tenían una sola hoja amarilla; verde era todo, desde el suelo al aire, y un olor a vida subía de las flores.

 

Natural que la muerte se tapara la nariz. Lógico también que ni siquiera mirara tanta rama llena de nidos, ni tanta abeja con su flor. Pero ¿qué hacerse?; estaba la muerte de paso por aquí, sin ser su reino.

 

Así pues, echó y echó a andar la muerte por los caminos hasta llegar a casa de Francisca.

 

—Por favor, con Panchita

 

Imagen de la muerte preguntando por Panchita

—dijo adulona la muerte.

 

—Abuela salió temprano

 

—contestó una nieta de oro, un poco temerosa, aunque la parca seguía con su trenza bajo el sombrero y la mano en el bolsillo.

 

—¿Y a qué hora regresa?

 

—preguntó la muerte.

 

—¡Quién lo sabe! —dijo la madre de la niña—. Depende de los quehaceres. Por el campo anda, trabajando.

 

Y la muerte se mordió el labio. No era para menos seguir dando rueda por tanto mundo bonito y ajeno.

 

—Hace mucho sol. ¿Puedo esperarla aquí?

 

      Aquí quien viene tiene su casa. Pero puede que ella no regrese hasta el anochecer.

 

“¡Chin!”, pensó la muerte, “se me irá el tren de las cinco. No; mejor voy a buscarla”. Y levantando su voz, dijo la muerte:

 

—¿Dónde, de fijo, pudiera encontrarla ahora?

 

—De madrugada salió a ordeñar. Seguramente estará en el maíz, sembrando.

 

—¿Y dónde está el maizal? -preguntó la muerte.

 

—Siga la cerca y luego verá el campo arado detrás.

 

—Gracias —dijo secamente la muerte y echó a andar de nuevo.

 

Pero miró todo el extenso campo arado y no había un alma en él. Sólo garzas. Soltose la trenza la muerte y rabió:

 

“¡Vieja andariega, dónde te habrás metido!” Escupió y continuó su sendero sin tino.

 

Una hora después de tener la trenza ardida bajo el sombrero y la nariz repugnada de tanto olor a hierba nueva, la muerte se topó con un caminante:

 

—Señor, ¿pudiera usted decirme dónde está Francisca por estos campos?

 

—Tiene suerte —dijo el caminante—, media hora lleva en casa de los Noriega. Está el niño enfermo y ella fue a sobarle el vientre.

 

—Gracias —dijo la muerte como un disparo, y apretó el paso.

 

Duro y fatigoso era el camino. Además, ahora tenía que hacerlo sobre un nuevo terreno arado, sin trillo, y ya se sabe cómo es de incómodo sentar el pie sobre el suelo irregular y tan esponjoso de frescura, que se pierde la mitad del esfuerzo. Así por tanto, llegó la muerte hecha una lástima a casa de los Noriega:

 

—Con Francisca, a ver si me hace el favor.

 

—Ya se marchó.

 

Imagen de la familia Noriega

—¡Pero , cómo! ¿Así, tan de pronto?

 

—¿Por qué tan de pronto? —le respondieron—.

 

Sólo vino a ayudarnos con el niño y ya lo hizo. ¿De qué extrañarse?

 

—Bueno… verá —dijo la muerte turbada—, es que siempre una hace la sobremesa en todo, digo yo.

 

—Entonces usted no conoce a Francisca.

 

—Tengo sus señas —dijo burocrática la impía.

 

      A ver; dígalas —esperó la madre. Y la muerte dijo:

 

      Pues… con arrugas; desde luego ya son sesenta años…

 

 

—¿Y qué más?

 

—Verá… el pelo blanco… casi ningún diente propio… la nariz, digamos…

 

—¿Digamos qué?

 

—Filosa.

 

—¿Eso es todo?

 

—Bueno… además de nombre y dos apellidos.

 

—Pero usted no ha hablado de sus ojos.

 

—Bien; nublados… sí, nublados han de ser… ahumados por los años.

 

—No, no la conoce —dijo la mujer—.

 

Todo lo dicho está bien, pero no los ojos. Tiene menos tiempo en la mirada. Ésa, a quien usted busca, no es Francisca.

 

Y salió la muerte otra vez al camino. Iba ahora indignada sin preocuparse mucho por la mano y la trenza, que medio se le asomaba bajo el ala del sombrero.

 

Anduvo y anduvo. En casa de los González le dijeron que estaba Francisca a un tiro de ojo de allí, cortando pastura para la vaca de los nietos. Mas sólo vio la muerte la pastura recién cortada y nada de Francisca, ni siquiera la huella menuda de su paso.

 

Entonces la muerte, quien ya tenía los pies hinchados dentro de los botines enlodados, y la camisa negra, más que sudada, sacó su reloj y consultó la hora:

 

“¡Dios! ¡Las cuatro y media! ¡Imposible! ¡Se me va el tren!”

 

Y echó la muerte de regreso, maldiciendo.

 

Mientras, a dos kilómetros de allí, Francisca escardaba de malas hierbas el jardincito de la escuela. Un viejo conocido pasó a caballo y, sonriéndole, le echó a su manera el saludo cariñoso:

 

Imagen de Francisca cortando flores

—Francisca, ¿cuándo te vas a morir?

 

Ella se incorporó asomando medio cuerpo sobre las rosas y le devolvió el saludo alegre:

 

—Nunca —dijo—, siempre hay algo que hacer.

 

 

                          


 

 

 

                                                        - Onelio Jorge Cardoso -

 

 

 

 


 

 

 

 

 

 


Origen del Día de Muertos (festejo mexicano).




 La leyenda del viaje de los mexicas, después de morir, por las nueve regiones del inframundo, dio origen a una de las tradiciones más importantes y significativas de la identidad mexicana.
Los mexicas, pueblo indígena dominante de la época prehispánica, viajaban después de morir a través de las nueve regiones, el Mictlán (1 y 2 de noviembre). Las etapas que los simples mortales tenían que superar para alcanzar el descanso eterno, pues los niños, mujeres y guerreros iban directamente al cielo. Todos los demás teníamos que hacer un recorrido y cruzar nueve niveles que nos iban a llevar al descanso de nuestras almas, le decían el tonalli, que es nuestra alma. Este paso era superar los niveles del inframundo para llegar a ese punto donde se descansaba porque ya no había sensación alguna.
El Mictlán, ciudad o lugar de los muertos donde los fallecidos atravesaban durante cuatro años un proceso de desapego, dejaban el cuerpo y las emociones a su paso por las nueve regiones y alcanzar la paz; en estos nueve niveles había obstáculos que se debían superar (representado con alebrijes).
En el primer nivel había un río que se cruzaba con la ayuda de un xoloitzcuintle (perro sin pelo) que auxiliaba a quienes habían tratado bien a los animales en vida.
Después se metían a cuevas, escalaban montañas de obsidiana, resistían fríos vientos, perdían la fuerza de gravedad, recibían flechazos, un jaguar les abría el pecho para comerse su corazón y llegaban a una laguna de aguas negras antes de alcanzar la novena etapa.
El último nivel representa el paso de nueve ríos, era encontrarse con todas las emociones y dejar todas esas partes atrás, lograr cierta purificación. El agua significa vida, pero también pureza, entonces se llegaba al lugar donde de descansaba.  Celebramos a los muertos con ofrendas, flores de cempasúchil, calaveras y desfiles.

10/09/20

Entérate de... el Rey que tuvo 46 hijos, solo dejó un heredero.





Nadie sabe con exactitud el número de hijos que tuvo Felipe IV de Habsburgo fuera de sus dos matrimonio. Se dijo que entre veinte y cuarenta se mueven las cifras, pero ninguno de sus contemporáneos tuvo el atrevimiento de contar con detalle los resultados de la promiscuidad sexual de este personaje, el Rey que más hijos ha tenido en la historia de España, trece legítimos, murió sin ser capaz de dar más que un solo heredero varón enfermizo, Carlos II.
Un castigo para un monarca culto, inteligente, gran mecenas del arte; desatendió los asuntos de su reino hasta que comenzó a desmoronarse, para entonces era demasiado tarde.
El denominador común de todas las mujeres elegidas, donde no hacía distinción social, entre la larga lista de amoríos de este licencioso monarca  además de toda condición: casadas, viudas, doncellas, damas de alta alcurnia, monjas y actrices.
El Rey acostumbraba a frecuentar de incógnito los palcos de los teatros populares de Madrid (el Corral de la Cruz, el Corral del Príncipe) en busca de aventuras amorosas. En una de estas incursiones, Felipe IV conoció a una joven actriz llamada María Inés Calderón, a quien apodaban "La Calderona", del fruto de este amor nació Don Juan José de Austria "hijo de la tierra", quien se convirtió en una de las figuras políticas más importantes del reinado de su hermano Carlos II.


 

Sala de Lectura Rodante, Plantel 1


En cumplimiento con el Proyecto Institucional de Fraternidad Lectora en el Plantel 1, Satélite, la Academia de Comunicación Coordina la Sala de Lectura Rodante. 









Enlazados a la distancia, Concurso alusivo al Día de Muertos.

 El pasado sábado 31 de octubre se llevó a cabo el Primer Concurso Virtual denominado "Enlazados a la Distancia" para realizar ...